A mi abuela no le hacía falta

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A mi abuela no le hacía falta

Es cierto que falta educación financiera en este país. Comparto la opinión con muchos expertos de que incluso en edades tempranas sería necesario incorporar en alguna asignatura ciertos conocimientos financieros.

La importancia de estos conocimientos está en que les resultarán de mucha utilidad a los alumnos en futuro independientemente de a lo que se dediquen. Ya sean camareros, ingenieros, médicos o fontaneros, todos tienen su dinero en el banco y conocer qué es la inflación, una cuenta corriente, un depósito, un tipo de interés, fondo de inversión, acciones o bonos, hará que tengan más oportunidades y tomen mejor sus decisiones.

Sin embargo, por otro lado, pienso que el problema actual no está tanto en la falta de cultura financiera, sino en la falta de conciencia ahorradora. Hay que quitar de la cabeza a la gente de que los que ahorran son los ricos, que se ahorra “el dinero que sobra después de gastar todo lo que se quiera o necesita”.

Mi abuela, que en paz descanse, no tenía estudios, pero sabía perfectamente que tenía que ahorrar “por lo que pudiera pasar”. A tal efecto, apuntaba todos los gastos y era muy mirada en qué gastaba su dinero. También es cierto que antiguamente no había tantas facilidades de financiación y si querías comprarte algo, por ejemplo, un coche había que pagarlo todo de golpe. Hoy en día, te dicen que pagas 200€ al mes por un coche y listo, ¿para qué vas a
ahorrar? Que estés pagando una financiación 8% TAE importa poco. Estas facilidades tampoco estimulan el ahorro, claro está.

Una vez que tenemos los ahorros en el banco, hay que ver cómo se invierten, pero ese es otro cantar. El primer paso es ahorrar, y para eso no hace falta que nadie nos explique nada. Mi abuela pertenecía a una generación que vivió la guerra civil y pasó un sinfín de calamidades, tenían verdadera obsesión por el ahorro, los caprichos eran algo que no se podían permitir y aprendieron a vivir así. Tampoco es eso, el dinero nos tiene que generar también alguna utilidad (satisfacción), pero es cierto que ahorrar significa renunciar a algo.

Actualmente la tecnología nos lo pone realmente fácil, desde la propia App de nuestro banco podemos ver clasificados nuestros gastos en diferentes categorías. Sin embargo, a pesar de ello, resulta sorprendente ver cómo la gente no sabe en qué se gasta su dinero. Todos tenemos 2 tipos de gastos: necesarios y superfluos. Háganse la siguiente pregunta: ¿cuánto gastaron el año pasado exactamente en agua? ¿luz y gas? ¿Telefonía? Si no son
capaces de responder con exactitud esta pregunta entonces no les voy a preguntar cuánto se
gastaron en ocio….

Evidentemente a todos nos gustaría ganar más, pero no depende de nosotros. A menudo nos escudamos en comentarios del estilo “con lo que me pagan…” para justificar el porqué no ahorramos. Lo que tenemos que pensar es ¿son adecuados mis gastos para el nivel de ingresos que tengo? Es una pregunta incómoda. La gente gasta lo que tiene, y hasta lo que no tiene. Es injusto generalizar, hay situaciones puntuales realmente dramáticas, pero no es
lo habitual en la población española. No se trata de vivir como mi abuela, se trata de hacer una pequeña reflexión sobre nuestros gastos y ver dónde podemos ahorrar. Cuando uno hace ese pequeño estudio personal, se da cuenta de la cantidad de dinero que gastamos en cosas que generalmente no nos dan tanta utilidad. Renunciando a unas pocas, aquellas que menos utilidad (satisfacción) nos generan, podemos ahorrar mucho dinero al año.

Dado que ahorrar significa renunciar, hay que tener claro el objetivo para el cual estamos ahorrando y cuantificarlo, aunque sea grosso modo, para poder saber si el esfuerzo que hacemos es suficiente o no. Hay diferentes objetivos: jubilación, compra de casa o coche, colchón de reserva, etc… En primer lugar trataremos de reducir los gastos superfluos, y lo ideal sería evitar primero aquellos que nos generan menos satisfacción. Si no fuera suficiente,
seguiríamos con el resto de los gastos superfluos. Si aún así no es suficiente, deberíamos replantearnos los objetivos ya que tienen que ser factibles. No podemos vivir encerrados en casa para poder ahorrar, eso tampoco es realista. Lo ideal es la regla del 50/30/20. El 50% de los ingresos es para pagar los gastos fijos, 30% para gastos no necesarios y 20% para ahorrar.

Una vez establecido el/los objetivo/s, y cuantificado/s, y qué cantidad podemos ahorrar, tenemos que estimar el plazo que tenemos hasta la consecución del objetivo, cuanto mayor sea este, más fácil será alcanzar nuestros objetivos.

Hecho esto, ya solo queda ponernos en manos de un asesor financiero (no son sólo para ricos, de hecho, son bastante asequibles) y que en función de nuestro perfil y de la rentabilidad que necesitamos para cumplir nuestros objetivos diseñe una estrategia de inversión adecuada.

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